domingo, 2 de agosto de 2015

La noche que la Osa Mayor se vino a vivir a mi casa




 Si alguien me hubiera dicho que echaría en falta La Osa Mayor, le habría tildado de majareta, pues poco interés me suscitaba tal constelación, igualmente conocida como El
Carro.
 Pero es que nunca pude sospechar que la tal Osa se presentaría silenciosamente en mi casa, como si de un morador más se tratara. La descubrí el lunes de la pasada semana, a las 12 de la noche, al salir a la terraza con la vana intención de tomar el fresco que no fuera el artificial aire acondicionado.
 ¡Oh, la Osa Mayor!, exclamé al tiempo que me sentaba en la playera silla plegable. Allí estaba, perfectamente encuadrada entre el tejado del porche, sendas paredes laterales y el edificio de horrorosa fachada sin enlucir que se levanta al otro lado de la pared al fondo del corral. 
 Durante más de una hora permanecí sentado con la vista fija en aquellas siete estrellas, que estando en mi casa se encontraban a miles de años luz, con nebulosas y galaxias propias que yo no divisaba. De vez en cuando, un puntito luminoso que parecía una estrella pero que debía ser un satélite o una estación espacial, vaya usted a saber,  se entrometía en su recorrido en mi campo de visión. 
 En realidad, como espectáculo, la Osa Mayor no es gran cosa, pero lo cierto es que, durante el resto de las noches de la semana, yo acudía a la cita y me sentaba en mi silla playera a observar con tranquilo apasionamiento aquella quieta osa galáctica.
 El domingo anocheció nublado, y lo mismo el lunes, así que no pude ver a mi Osa, que debía estar oculta por los cúmulos de vapor. Y aunque sabiendo que estaba allí, no es lo mismo. La echo de menos. Espero que escampe.

Pep Roig (“Última Hora- Domingo” 02-08-15)

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