Lo de la corrupción en las altas esferas de la política y las
finanzas ha llegado a tal punto que estoy convencido de que ha
llegado el momento de esos privilegiados puedan crear un estado
propio, de los ricos, desligado de la población de gente corriente,
con su trabajo, su paro, sus corruptelas de poca monta.
Lo digo porque ya están viviendo en su propio mundo en el que los
“indios” estamos de comparsas, aplaudiendo y pagando los
quebrantos que su corrupción causa al “país de los pobres”,
desde sus escaños públicos o despachos privados.
Tal país de los todopoderosos mangantes podría llamarse
“Corruptolándia”, por ejemplo. No estoy seguro de cómo se
denominarían sus habitantes: ¿Corruptenses? ¿Corruptocitanos?
¿Corruptocitenses? ¿Corruptolianos? Aunque eso no sea tan esencial
ni urgente; ya se verá, porque lo importante es que tengan
nacionalidad propia que les distinga. En su nación, además, el ser
corrupto no sería motivo de escándalo, crítica o persecución. Al
contrario, devendría en requisito indispensable, mientras que la
honradez sería considerada delito y causa de prisión por desorden
público y amenaza a la convivencia nacional.
Tengo claro que eso es una tontería, porque los corruptos no se
consideran como tales y más si gozan del sistemático apoyo del
Gobierno de turno, y teniendo en cuenta lo que se dice de la
financiación ilegal de los partidos por parte de los grupos
económicos y empresariales.
Así pues, no nos queda más remedio, a la clase media y trabajadora
que seguir viviendo atrapados en la corrupción de los corruptos sin
escrúpulos y esperar que alguna vez nos toque a nosotros
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